domingo, 30 de enero de 2022

Patrimonio natural. ¿Qué patrimonio es más importante, que aquel que garantiza la vida? Ella es la condición principal para que pueda existir vidas en otros planetas. Por eso, y por todos los bellos paisajes que nos proporciona, merece ser celebrada. ¡El agua!

Yo la celebro, y celebro también el cuarto año consecutivo en que un relato mío es seleccionado en ese concurso literario para, junto a otros 39 escritores, conformar un libro muy entretenido, lleno de buenas historias. Este año participaron alrededor de 500 relatos.

En ese relato presento una mezcla de realidad y ficción. El mito de la creación del hombre, de acuerdo con la cosmovisión de la tribu de los Kamaiurás existe y es así, como cuento en la obra, que aquel pueblo lo celebra y difunde verbalmente en la tribu a través de miles de años. El contexto en el cual el protagonista Pere se encuentra es de mi imaginación, pero no está muy lejos de lo que realmente ocurre en aquella comunidad. ¡Ojalá, después de leerlo, tengas ganas de incorporarte a la tribu de los que respetan el agua!

Leyenda de la foto de portada:
Mi hijo y yo en el jardín de nuestra casa, en Florianópolis, Brasil, 2013.
Celebrando el Día de los Indígenas en Brasil.

CELEBRACIÓN PARA LAS AGUAS

Mi padre, Guillem, era un antropólogo de la Universitat Oberta de Catalunya. Dirigía una investigación sobre los pueblos originarios de Brasil que se llevaba a cabo en la región central del país, solar de una cultura que existe desde hace más de 12.000 años: los Kamaiurás, una división del pueblo Tupi Guarani que, en su día, antes de la llegada de los navegantes del Viejo Mundo, fue un único y gran grupo étnico. Mi nombre es Pere, en aquel momento contaba quince años y le acompañaba en aquella aventura. Papá creía que sería una gran experiencia para mí… y no se equivocaba.

Las aldeas indígenas solo quitan la vegetación del espacio justo para sus ocas y para el patio donde hacen las celebraciones y rituales. La selva y los ríos son lo que los mantienen vivos y felices.


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Me resulta difícil de describir con palabras cómo transcurrió el primer día en la aldea. Todos estaban desnudos: hombres, mujeres, niños, ancianos. Me aterraba la idea de tener que desnudarme también, pero pronto me percaté de que aquellas personas ya sabían que las costumbres de los blancos eran distintas y nadie nos pidió que actuáramos como ellos. Me impresionó esa muestra de respeto hacia mí. Nadie me miraba de manera diferente, aunque demostraban curiosidad, principalmente los niños y los jóvenes, que no paraban de invitarme a ir con ellos al bosque. Mi padre me había advertido de que no me alejara mucho y, sobre todo, que hiciera caso a los avisos de todos ellos, incluso a los jóvenes y niños. Me explicó que ellos no poseían en su cultura el concepto de la mentira. No hacían bromas que pudieran ser confundidas en futuras ocasiones con algo serio, por ejemplo, gritar: “¡cuidado, serpiente!”, cuando no la había porque sabían que la selva estaba llena de desafíos y no podían perder a nadie por una tontería así. 

— Los indígenas genuinos no mienten, Pere — siempre me recordaba papá.

A pesar de conocer algunas palabras en castellano, pues en cierta ocasión anterior recibieron la visita de otro antropólogo español, Iaê, mi agradable compañía indígena en Xingú durante aquellos 14 días, tenía dificultad en pronunciar mi nombre y la única fonética que identificaba de Pere era precisamente la “p”. Debido al aspecto impoluto y blanco de mi piel (como ella misma parecía decirme a través de gestos), Iaê me rebautizó como “Pindí”, que en su lengua significa claro o limpio.  Con ella descubrí realmente un nuevo mundo; no solo en relación con la forma de vivir tan sencilla y autosuficiente, sino con otro que conocía muy poco: el mundo espiritual y trascendente.


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Indígena bañándose. Etnia Kamaiura. Foto: Renato Soares - Imagens do Brasil

Nunca me había bañado en un río, ¡y nunca me había bañado tanto! La diversión preferida de los niños y jóvenes kamaiurás es jugar en el agua, algo que hacían 3 o 4 veces al día.

Me quedaba hipnotizado con la visión de la hermosa Iaê jugando en el agua. Sus cabellos largos, de un negro profundo, brillaban como un cielo estrellado cuando emergía del agua con una sonrisa discreta, revelando una felicidad distinta de todo que yo había visto. Tenía la impresión de que Iaê elevaba una pequeña oración al entrar y al salir del agua, veía sus labios de color granate moverse sutilmente mientras sus manos acariciaban la superficie serena del río.

—Iaê, ¿qué dices cuando entras y sales del agua? —le pregunté por medio de gestos. Iaê se agachó, volvió a tocar el agua, me miró sonriendo y, con las pocas palabras que conocía me dijo en mi idioma:

—Hoy, noche, celebrar madre agua. Pindí entender.

Volvimos a la aldea. Era como la plaza mayor de un pueblo cualquiera, solo que alrededor del patio de tierra, en vez de construcciones de ladrillos, había “ocas”, unas viviendas de estructura de bambú y cobertura de paja hechas por los hombres, diáfanas en su interior, donde familias compartían el mismo espacio y dormían en hamacas hechas a mano por las mujeres. Reinaba una paz y alegría que jamás había experimentado.

Oca y centro de la aldea. Etnia Kamaiura. Foto: Renato Soares - Imagens do Brasil


Las ocas están hechas con estructura de bambú y paja como cobertura.
Etnia Kamaiura. Foto: Renato Soares - Imagens do Brasil

Papá se acercó a mí y percibió que mi cara había cambiado. Había levedad en mi mirada, me decía:

—Estamos de suerte, Pere. Hoy asistiremos una celebración muy importante que ocurre una vez al año, en la que el jefe de la tribu, el “cacique”, cuenta la historia de la creación del hombre de acuerdo con el relato de sus ancestros, para que las nuevas generaciones lo puedan conocer y los demás jamás lo olviden.

Era de noche y encima de nuestras cabezas se estaba desatando un espectáculo de estrellas como nunca había visto, ni siquiera en aquellas acampadas que había hecho con mis padres en las montañas de mi Cataluña natal. La tribu estaba reunida en el patio de tierra, sentada alrededor del cacique, con una resplandeciente hoguera y todos estaban hermosamente ataviados con plumas, collares y pinturas corporales de color rojo y negro. Iaê estaba preciosa, tanto que papá tuvo que avisarme de que el gran jefe empezaba a hablar. Papá sería el intérprete que me posibilitaría disfrutar del relato más impactante que jamás he escuchado hasta el día de hoy y que iba a cambiar mi vida para siempre.

—Cuando aún no existían los seres humanos, poblaban la tierra nuestros primeros abuelos. Ellos eran el pueblo árbol, el pueblo pájaro, todos los parientes animales y nuestros ancestros las estrellas.
Entre esas estrellas había una diosa llamada Iamaritsunã, que un día, al mirar hacia la Tierra desde donde estaba, se enamoró profundamente de una pequeño filete plateado que relucía en el corazón de un lugar sagrado.

Iamaritsunã cayó del cielo y se unió a aquel pequeño filete de plata y al integrarse en él se convirtió en la vida misma, en Morená, la generatriz de tres grandes ríos: el Ronuro, el Xingú y el Coliseu, a partir de los cuales se originaron todos los demás que conocemos.

Morená era tan maravillosa que llamó la atención del propio Creador, que bajó a la Tierra  y se convirtió en el primer hombre, llamado por nuestro pueblo “Mavutsinin”. Enamorado, Mavutsinin puso sus manos dentro del corazón de Morená y de allí sacó, de aquella inmersión en las aguas que formaban el propio cuerpo de Morená, una concha palpitante.  Mavutsinin sopla la concha y Morená se convierte en la primera mujer, quien, unida a Mavutsinin, genera las primeras tribus, a la humanidad.

—¡Escuchad! —dijo alzando la voz el anciano que parecía en éxtasis— Somos hijos de Morená, hijos de las primeras aguas que también generaron los manantiales.

Jamás había escuchado a un relato tan lleno de pasión. Iaê se percató de mi curiosidad y acercándose a mi padre y a mí por fin me pudo explicar por qué se sentía tan feliz en el agua. Papá proseguía con su labor de intérprete traduciendo para mí las dulces palabras de Iaê.

—Para la cultura ancestral Kamaiurá, el agua es la madre de todas vidas. Como somos parte de esa vida recibimos herencias genéticas y espirituales que forman nuestra forma de ser hasta hoy. Una de esas herencias es la habilidad de sentir, de emocionarse, de tener afecto, de amar y de enamorarse. La madre agua, la que genera y mantiene todas las formas de vida, también nos impulsa hacia otras cualidades que son parte inherente del ser humano como la salud, la armonía, la abundancia... todo es parte inagotable de cada célula de nuestro cuerpo, desde el principio, desde aquella primera pasión que empezó todo.

Los Kamaiurás reconocemos todo eso y retribuimos a nuestra madre todo aquello que ella nos regala haciendo básicamente tres cosas: una de ellas es la celebración, una fiesta para las aguas. Otra es jugar dentro del agua, regocijándonos por su presencia. La tercera es dando las gracias a las aguas, a través de cantos y danzas.

El agua es la fuente de toda la vida, la fuente divina, verdadera y consciente de si misma. Nuestro vínculo con las aguas ha estado presente desde que la vida es vida y jamás se acabará.

Entendí aquel mensaje de sabiduría y por algunos momentos me avergoncé de mi mismo. ¿Cuántas veces había despilfarrado agua o maldecido el agua muy fría de la ducha o muy caliente de un té que me quemaba los labios? El hombre blanco de la ciudad se olvidó de su madre, le dio la espalda.

Entendí que los antiguos sabios Kamaiurá ya esperaban que eso pudiera pasar porque una de las tendencias del ser humano es dar la espalda a sus padres. Por eso, determinaron que cada cierto tiempo era necesario volver a mirar hacia sus orígenes y venerarla para que su alma no se volviera cruel.

Al terminar el relato toda la tribu empezó un ritmado baile al sonido de sus instrumentos y cantos embriagadores. Me sentía como fuera de mi cuerpo. Ya no era el mismo. Había sido transformado por aquella experiencia espiritual.

La despedida de aquel gran y sabio pueblo no fue fácil para mí, pero a pesar del dolor que sabía que sentiría por echarlos en falta, volvía a casa con un propósito absolutamente claro en mi mente, alimentado por aquella experiencia.

La pintura corporal y los adornos como collares y cocares son un parte importante de su identidad.
Etnia Kamaiura. Foto: Renato Soares - Imagens do Brasil

Cuando concluí mi grado en energías renovables en la UOC ya tenía estructurada la ONG que dirijo hasta el día de hoy y que se llama “Celebración para las aguas”. Llevamos proyectos de concienciación sobre el uso del agua, soluciones para la reducción de su consumo, descontaminación de ríos y lagos, preservación de manantiales y, principalmente, intentamos que la gente aprenda a rendir homenaje a la madre agua a través del respeto y la gratitud por la vida que nos da.

El agua no es un producto, no es un comercio, no es un negocio. Es la fuente de la vida. Esa memoria debe estar siempre entre nosotros en cada vaso de agua que bebemos, en cada ducha que nos damos.

¡Celebremos el agua! ¡Celebremos la vida!








sábado, 22 de mayo de 2021


El perro está durmiendo hace un buen rato. Me acerco a su cuello y huelo. Exhala un olor que para mí se asemeja al olor natural de los bebés. Todos los perros tienen ese olor cuando duermen. Me relajo…el perro me parece tan entrañable durmiendo…tierna mi corazón…y lo quiero más.

Juego con la gata. Tiro de un lado al otro su pequeño ratoncito de peluche atado a una cuerda y ella lo persigue. Lo atrapa. Lo muerde como a una presa y sale con el bichito entre los dientes, contenta con su victoria. Pero quiere más y lo suelta. Repito la operación. Ahora cambia el juego y quiere luchar contra el ratoncito. Se remueve toda alrededor de si misma enseñando los pequeñitos dientes, meneando el culito para saltar…lo atrapa y se pone una cara de malita que podría comerla a besos y achuches. Siento varios minutos de alegría, placer y relajación. A veces se me escapan algunas lágrimas.



En la tela enseñan como hacen las ruedas de los skates. Las hay varias entre coloridas y transparentes. Inmediatamente me recuerdo de mis 9-10 años, cuando mi hermano montaba sus propios skates y tenía una gran variedad de ruedas de colores fosforescentes que me encantaban. El olor de la goma, la sensación visual de los colores, la textura…siento un placer que me cambia la cara y el ánimo…me siento tan feliz...

Me voy a la cama y empiezo a oír un audio libro. El narrador tiene una voz grabe y suave. Percibo que tiene la boca un poquitín seca lo que hace con que se escuche un leve ruido de fondo cuando su lengua toca su paladar. Me relaja profundamente…imagino como será este hombre…¿muy mayor? Recuerdo a mi padre. Me relajo más…duermo antes del final de la historia, sintiéndome agasajada porque me han leído una historia. Duermo feliz.

Nunca había visto un hongo tan grande brotar de una grieta de un árbol. Tiene un forma magnífica…lo toco…es como el terciopelo. Lo huelo…huele a tierra mojada. Me acuerdo de mi padre: “¡Inhalad fuerte, niños, porque la primera lluvia hace con que se desprenda mucho ozono!” Sus colores van del beige al marrón oscuro. Me gusta esa gama de tonos, tengo muchas prendas de vestir así. Me siento integrada a la naturaleza.


Recuerdo el olor y de la textura del pelo de mi hijo. Recuerdo el perfume Chanel nº 5 que usaba mi madre y que entraba por la puerta de casa al volver del trabajo cuando yo era niña. Siento el olor de las camisas de mi padre, y hoy en día lo siento en las mías. Me recuerdo del olor de la casa de mis abuelos, de su coche. Y muchos más. Basta con que cierre los ojos y me concentre. Y puedo ser otra vez feliz.

Escucho a alguien ser amable con otra persona, una persona humilde. La trata con tanta dignidad que mi corazón late lleno de emoción y dulzura, mis ojos se contraen y se mojan…y vuelvo a creer en la bondad de los hombres. Siento tanta gratitud…aprendo de él.

Mis cinco sentidos van comandando mi día. Percibo tantas cosas…¡qué afortunada soy! Los detalles, desde los más concretos a los más abstractos van añadiendo sentido a mi vida.

Y hay el sexto sentido: la intuición. Ese sentido no lo puedo comandar como a mis ojos, los cuales puedo dirigir hacia lo que me interesa. La intuición viene para enseñarme cosas buenas y cosas malas, cosas que me alegran y otras que me dan miedo. Sé que actúa a mi favor y es mi aliada en la lucha por la supervivencia, o al menos para desviarme de mucho dolor. Deseo conocerla más y mejor. Estoy en ello. Quiero reconectarme a mi esencia, a mi alma más pura y original y ser como los pájaros que saben el momento exacto en que deben dejar sus hogares y viajar miles de kilómetros para continuar su jornada terrenal.

Deseo que mi cuerpo y mi alma vivan en total armonía y paz con la sinestesia a mi favor.

miércoles, 17 de marzo de 2021

Algunas voces nunca callan y solemos atribuir esta característica tan humana a algunos elementos inanimados. Las piedras que componen los edificios antiguos, por ejemplo, nos hablan de las técnicas de construcción y el ingenio de los hombres desde hace miles de años; el viento nos dice qué esperar de los cielos, si lluvia o sequía y a menudo nos grita para advertirnos de las herejías que hemos cometido contra la naturaleza, y cuando sacuden los árboles pueden cantar las canciones más impresionantes. Los ríos nos dan lecciones de resiliencia y paciencia que han inspirado a los filósofos orientales y occidentales más famosos. Particularmente, las voces que más me sorprenden salen de la “boca” de los colores.
A lo largo de la historia de la humanidad hemos buscado colores para expresar diferentes sentimientos, pensamientos e intenciones. Presente desde que el hombre encontró la manera de expresarse, el rojo fue el primer color utilizado, luego el negro. Están presentes en las cuevas de Altamira, España, y en Lascaux, Francia, desde el Paleolítico superior hace aproximadamente 12.000 años. Nuestro ADN fue impregnado por la información procedente de los colores.

Pintura de bisonte en la cueva de Altamira, España. (Fuente: pixabay)


Como se indica en la introducción al libro “Los lenguajes del color” del publicista y escritor hispano-mexicano Eulalio Ferrer (1921 – 2009):

Todo cuanto rodea al hombre es color: de la sinfonía de la naturaleza, a la metáfora contenida en los decires de su lenguaje. El hombre mismo es color, desde la piel de su cuerpo y las claves genéticas de su identidad. Cita, aún no concluida, de los enfrentamientos racistas, como si pudiera olvidase que todos los seres humanos tienen el color rojo de la sangre que les hermana por encima de agresiones y prejuicios. En ese “cara o cruz” del destino humano, sujeto a las carambolas de lo imprevisible, juego misterioso en el que los colores nacen y se dan, se concilian y se separan, coinciden y se alejan.” (FERRER, 1999)

 

  
La porcelana de Sèvres y sus azules especiales. Colección del Museo del Prado, Madrid.


Los colores siempre han estado presentes visual y metafóricamente en la vida humana. Adquieren significados simbólicos en diferentes culturas. El tono de un color puede definir su origen geográficamente o caracterizar un determinado diseño. Como ejemplo tenemos la amplia gama de azules que existen. El azul de Prusia se caracteriza por tonos negruzcos y oscuros, pero también se le conoce como azul de París, que se obtuvo en el siglo XVIII y está considerado como uno de los pigmentos tonales que componen la denominada “sombra de Tiziano”. Está el azul de Sèvres, un azul oscuro moderado correspondiente al esmalte aplicado a diversas porcelanas elaboradas en las fábricas de Sèvres hacia 1755. En el “Diccionario AKal del Color” hay 525 entradas para designar solo las distintas denominaciones y composiciones que pueden tener un azul (todo el libro tiene 1050 páginas dedicadas al color). 


LOS COLORES ALREDEDOR DEL MUNDO

El filólogo y catedrático de la Universidad Rovira i Virgili de Cataluña, el doctor Xavier Rull, y la estudiante de filología hispánica Hajar El Housaini, se preguntan en su más reciente libro: “¿Por qué los colores se llaman a sí mismos como se llaman?”. Realizan un análisis lingüístico sobre el origen de los nombres de los colores en diferentes culturas como marroquí, alemán, inglés, ruso, griego, árabe, turco, húngaro, japonés, portugués, español, catalán.


Yendo más allá, podemos preguntarnos: ¿y por qué de un color se llama de una manera y no de otra? El nombre del color naranja es evidente de donde viene: la fruta que tiene este color. Pero en casos como azul, amarillo o rojo ya no es tan claro ... ¿Cuál debe ser el origen de estas palabras? Aún más: como es que en castellano de América del rojo también se dice colorado? Acaso todos los astros colores no son coloreados? ¿Por qué un color en concreto tiene el honor de recibir el nombre de colorado y los astros no son llamados con formas semejantes? (Por ejemplo, para que el amarillo no se llama brillante, también?). ¿Qué tiene el rojo que lo hace más preeminente (al menos a los ojos de los castellanohablantes)? (HOUSAINI e RULL, 2020, pg. 14, traducido del catalán por la autora de este artículo)


En todos los ámbitos de la vida humana, los colores adquieren significados peculiares. Eulalio Ferrer investiga el significado simbólico de los colores en las religiones, en la literatura, en la poesía, en la pintura, en la música, en la política, en la moda, en la publicidad y en varias otras extensiones como el zodíaco, las supersticiones, la psicología, la medicina, la cromoterapia, higiene y salud, perfumería, entre otros.


 
Los colores alrededor del mundo adquieren distintos significados. (Fuente: pixabay)


Finalmente, los colores son un mundo paralelo dentro del cual también transitamos y estamos influenciados por él en todo momento, consciente o inconscientemente. Por tanto, adquirir continuamente más conocimiento sobre el significado de los colores es algo que nos permite interactuar mejor con el mundo que nos rodea, y es imperativo para los profesionales que se ocupan directamente de este elemento, como arquitectos, interioristas, publicistas, entre otros.

No debemos privarnos de la presencia de colores en ambientes interiores donde pasamos muchas horas al día (alrededor del 80% de nuestro tiempo, según la OMS). Y cuando me refiero a los colores, hablo desde la perspectiva de la física que dice que el color es “radiación electromagnética de longitud de onda específica” emitida por la luz solar o luz artificial de calidad y captada por los receptores ópticos del ojo, y que se percibe como color cuando afecta a la materia. Estos son el azul, rojo, amarillo, naranja, verde, violeta y su terciario, dentro del grupo de colores-pigmento, y todas sus variaciones tonales (celeste, azul oscuro, etc.). Los otros colores conocidos como blanco, negro, gris y marrón no aparecen en el círculo cromático básico de los colores-pigmento dentro del concepto de física porque no tienen una radiación electromagnética de longitud de onda específica, pero aún así tienen una importancia simbólica significativa para el ser humano.


  
La presencia del color verde cambia la percepción espacial. (Fuente: libro Fundamentos de estética en diseño de interiores, de Maria Pilar Arantes)

Los ambientes completamente blancos, grises y negros pueden evocar sentimientos oscuros, tristeza y apatía a lo largo del tiempo de exposición sin que el habitantes de aquel espacio pueda darse cuenta de que provienen de allí tales sentimientos. Los ambientes totalmente beige pueden generar monotonía visual. Estos colores se consideran “neutros” precisamente por la imparcialidad, la indiferencia o simplemente la falta de estimulación cerebral. Hay que tener cuidado con el exceso y la falta de colores del círculo cromático. Y para ello es fundamental conocer qué tipo de sensación psicológica pueden provocar los colores dentro de nuestra cultura.


EL MIEDO A USAR LOS COLORES

Dependiendo de algunos factores, es posible que tengamos miedo de usar los colores que componen el círculo de colores básico. Este miedo aumenta en proporción al área cubierta y al nivel de exposición social que tendrá la persona en la comunidad de la que forma parte. Es decir, en la decoración de interiores donde hay paredes, techos y suelos que son grandes extensiones, el miedo a utilizar colores en estas superficies es mayor tanto por el nivel de exposición al que se ve sometida la persona a ese estímulo específico, como por la presión que la moda y los convencionalismos ejercen sobre el individuo que, por temor al juicio de los demás, prefiere ubicarse, literalmente, en el punto neutro (en colores neutros).

Para resolver el conflicto entre “lo que me gusta y quiero” y “lo que la moda y los demás me dicen” basta con utilizar el concepto más fundamental sobre el nivel de influencia que un color puede tener en el usuario de un entorno: cuanta más cantidad, mayor influencia .

En mi libro “Fundamentos de la estética en diseño de interiores” explico que cuando clasificamos los componentes de la decoración en superficies grandes, medianas o pequeñas, también indicamos el grado de influencia que tienen las áreas coloreadas en los usuarios del entorno. Es decir, grandes superficies revestidas del mismo color, gran influencia de este en la persona. El término "influencia" también puede reemplazarse por "impacto" (tanto visual como psicológico). Por ejemplo, una pared tiene mucho más impacto visual que un solo cojín.

Basta pensar en estos dos aspectos, la superficie revestida y la tonalidad, que ya tenemos dos de los conocimientos más básicos para no dejar nunca de llevar colores a los ambientes internos. De esta forma se pueden respetar los gustos y vivencias personales, sin privar a la persona del poder comunicativo que tienen los colores. Negar colores a la experiencia visual es crear un ambiente opuesto al natural para el ser humano.

Eulalio Ferrer comenta:


Física y anímicamente, el ser humano se ve afectado e influenciado por los colores que lo rodean a la hora de articular sus referentes convencionales. Por eso, desde los mitos y leyendas primitivas hasta las teorías modernas de la conducta humana, se ha intentado explicar el significado de los colores. (...)
El clima de colores es tan humano como el aire que respiramos, ya sea en la pantalla del televisor, en la discoteca, en el sanatorio, en la ropa, en el arte, en la ciencia, en la plaza pública ... El latido, el ritmo de los colores pueden ser similares al latido del corazón, cuya sangre tiene el color de la vida, prolongada en los encantos visuales y perpetuos de la naturaleza. Hay colores ligados a la adrenalina y otros a la conciliación y al sueño. (FERRER, 1999)


Los colores están presentes en los más bellos poemas de amor, rebeldía, contemplación. Para terminar con el mismo clima nostálgico al que nos llevan los colores, les comparto una poesía de Rubén Darío, poeta, periodista y diplomático nicaragüense (1867-1916) en la que el uso del color como metáfora y medio expresivo se distribuye deliciosamente en cada uno de los versos.



Ponte el traje azul, que más

conviene a tu rubio encanto.

Luego, Mía, te pondrás

otro, color de amaranto,

y el que rima con tus ojos,

y aquel de reflejos rojos,

que a tu blancor sienta tanto.

En el obscuro cabello

pon las perlas que conquistas;

en el columbino cuello

pon el collar de amatistas,

y ajorcas en los tobillos

de topacios amarillos

y esmeraldas nunca vistas.

 

 

Bibliografía:

ARANTES, Maria Pilar. Fundamentos de la estética en diseño de interiores. Tarragona: MSPublishers, 2020.
FERRER, Eulalio. Los lenguajes del color. México: Instituto Nacional de Bellas Artes, 1999.
RULL, Xavier; El Housaini, Hajar. Per què dels colors en diem como en diem? El món cromàtic des d’una òptica lingüística. Tarragona: MMV Edicions; Universitat Rovira i Virgili, 2020.
SANZ, Juan Carlos; Gallego, Rosa. Diccionario Akal del color. Madrid: Ediciones Akal, 2001.




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